jueves, 6 de diciembre de 2012

Jovellanos y la Constitución histórica tradicional contra el constitucionalismo liberal



El bicentenario de la desafortunada Constitución de Cádiz va llegando a su final, y coincidiendo con el día en que algunos celebran sin rubor desde sus poltronas a su último epígono, la más desafortunada aún Constitución del 6 de diciembre de 1978, me propongo añadir algo a lo que ya dije en otra ocasión siguiendo el pensamiento del ilustre Gaspar Melchor de Jovellanos. Para ello me basaré en algunas citas de la obra de Jesús E. Casariego, Jovellanos o el equilibrio (1934), aún cuando cite propiamente a Jovellanos y sus obras tal como las refiere dicho autor.


Como ya vimos, la postura de Jovellanos en las Cortes de Cádiz fue la de la reivindicación de las auténticas Cortes españolas tradicionales, como las defendió en ese momento Borrull; la de la monarquía tradicional, depurada de sus elementos absolutistas, de los cuales son verdaderos herederos los liberales, que recogen y transforman la idea absolutista de soberanía, que el tradicionalismo y con él Jovellanos rechazan. Como dirá Vicente Manterola en El espíritu carlista (1870), "si el absolutismo es sinónimo de despotismo, el sistema absolutista hallará su más implacable enemigo en el partido carlista. Porque el partido carlista es cristiano, y es pagano, esencialmente pagano, el absolutismo, como continuación del cesarismo antiguo". ¿No es el liberal impío Pío Baroja el que escribe César o nada? Cuando el poder político pierde sus fundamentos naturales y divinos acaba derivando necesariamente en una dualidad entre democracia y totalitarismo como caras de una misma moneda. El regeneracionismo español, de sesgo liberal progresista, krausista y defensor de la Institución Libre de Enseñanza desemboca en la nostalgia de un "cirujano de hierro" como una expresión más del voluntarismo y el soberanismo absolutista-liberal. La abstracción y el irracionalismo de la llamada "voluntad del pueblo", expresión de su supuesta soberanía, a fuerza de ser imposible y amorfa, acaba por ser considerada ineficaz por sus propios defensores, que finalmente reinvindican una figura autoritaria (realmente sin autoridad) que imponga algo de orden (realmente orden del desorden). En esa polaridad se mueve constantemente la democracia liberal, aún cuando no caiga en un sistema abiertamente dictatorial y totalitario; un caos autoritario en el que se pretende una neutralidad jurídica utópica constantemente rectificada por ejercicios de autoritarismo despótico.

Contra este estado de cosas se manifestaba Jovellanos al rechazar el constitucionalismo revolucionario, que de la nada, a la manera idealista y racionalista, quería fundar la comunidad política en un acto de la pura voluntad, como supuesta emanación del espíritu del pueblo. Frente a esto, Jovellanos reivindica la autoridad legítima del Rey y la constitución histórica de las Españas: "...oigo hablar mucho de hacer en las mismas Cortes una nueva Constitución, y aún de ejecutarla; y en eso sí que a mi juicio habrá mucho inconveniente y peligro. ¿Por ventura no tiene España su Constitución? Tiénela, sin duda; porque ¿qué otra cosa es una Constitución que el conjunto de leyes fundamentales que fijan el derecho del Soberano y de los súbditos y los medios saludables de preservar unos y otros? Y, ¿quién duda que España tiene estas leyes y las conoce? ¿Hay algunas que el despotismo haya atacado y destruido  Restablézcanse. ¿Falta alguna medida saludable para asegurar la observancia de todas? Establézcase. Nuestra Constitución, entonces, se hallará hecha y merecerá ser envidiada por todos los pueblos de la tierra que amen la justicia, el orden, el sosiego público y la verdadera libertad, que no puede existir sin ellos. Tal será siempre en este punto mi dictamen  sin que asienta jamás a otros que, so pretexto de reformas, tratan de alterar la esencia de la Constitución española" (Sevilla, 21 de mayo de 1809). En sus Diarios afirma también sobre la verdadera Constitución: "Es siempre la efectiva, la histórica, la que no nace en turbulentas asambleas, ni en un día de asonada, sino en largas edades, y fue lenta y trabajosamente educando la conciencia nacional, con el concurso de todos y para el bien de la comunidad; Constitución que puede reformarse y mejorarse, pero que nunca es lícito, ni conveniente, ni quizá posible destruir, so pena de un suicidio nacional peor que la misma anarquía. ¡Qué mayor locura que hacer una Constitución como quien hace un drama o una novela!".

En este sentido, J. E. Casariego afirma que "Jovellanos llamaba Constitución al conjunto de leyes y usos que habían ido creando y regulando los organismos públicos de las Monarquías españolas, desde los Códigos visigóticos hasta las Recopilaciones del Imperio, pasando por el tesoro doctrinal de las Partidas alfonsinas, la selva fecunda de nuestra legislación foral y la jurisprudencia de las Cortes y Consejos".

Jovellanos se opone además abiertamente a las doctrinas contractualistas que subyacen al constitucionalismo liberal, provenientes precisamente de Hobbes, el teorizador del absolutismo, cuyas doctrinas han reformulado pensadores liberales desde Locke, Rousseau y Kant hasta Rawls. "Su principal apoyo son ciertos derechos que atribuyen al hombre el estado de libertad e independencia natural... ¿cómo no se ha visto que tal estado es puramente ideal y quimérico y que el estado de sociedad es natural al hombre?" (Tratado teórico-práctico de enseñanza). 


La lógica absolutista y liberal con su deriva totalitaria parte de un análisis catastrofista y antirrealista de un estado de caos pre-político para fundar lo político como estado de excepción y por ello a través del poder como pura fuerza y coacción externa. Destruidos los fundamentos de la sociabilidad natural, al estado de violencia natural se opone el estado de violencia política; aún cuando se pretende que para entrar en sociedad no se va a querer la violencia que se evitaba en estado de naturaleza, como quieren los contractualistas liberales desde Locke, se cae en la misma violencia. Locke considera en su Carta sobre la tolerancia que curiosamente, los católicos no deben ser tolerados. No es ninguna contradicción, sino que el discurso moderno de la tolerancia desemboca siempre en la imposición y la intolerancia efectiva para tratar de conservar su marco utópico. Esto desemboca en la idea de Kelsen, de que la democracia es incompatible con la creencia en ninguna verdad. La verdad no es "tolerante" en sentido liberal y moderno, porque excluye las proposiciones falsas y contradictorias con ella, así pues, tal tipo de tolerancia exige que la verdad sea pisoteada y desterrada. Nos encontramos de nuevo en el estado de tiranía y del voluntarismo feroz frente a toda justicia.

¿Cómo se funda entonces el poder político en esta tabula rasa? En un simple acto de voluntad, sin los límites del derecho natural ni del derecho divino y al margen de las leyes históricas y la tradición. ¿Y quién ejerce dicho acto? Cualesquiera que sentimentalmente se consideren unidos en su destino para fundar una comunidad política, como diría aquel señorito liberal llamado José Antonio Primo de Rivera, "una unidad de destino en lo universal". Por supuesto, nada impide que dentro de dicha comunidad o estado creado ex nihilo mediante un mero pacto social, se puedan formar otros estados ad infinitum. Todo esto es resultado del constitucionalismo liberal y su idea soberanista que combatió Jovellanos con esta firmeza: "Haciendo, pues, mi profesión de fe política diré que, según el Derecho público de España, la plenitud de la soberanía reside en el Monarca, y que ninguna parte ni porción de ella existe ni puede existir en otra persona o cuerpo fuera de ella. Que, por consiguiente, es una herejía política decir que una nación, cuya Constitución es completamente monárquica, es soberana, o atribuirle funciones de soberanía; y como ésta sea por su naturaleza indivisible, se sigue también que el Soberano mismo no puede despojarse ni puede ser privado de ninguna parte de ella en favor de otro ni de la nación misma" (Apéndice número XIII a la Memoria en defensa de la Junta Central).

domingo, 17 de junio de 2012

España en la restauración del tomismo, por Leopoldo Eulogio Palacios


¿Cuál ha sido la contribución de España a la restauración de la sabiduría tomista, que hoy alcanza en todas partes un florecer tan luminoso? «No ha sido España la última en este movimiento», decía en 1896 D. Juan Manuel Ortí y Lara en el prólogo que puso a la Filosofía cristiana, de Torre Isunza. Y refiriéndose a los principales precursores y propulsores españoles de este renacer en el pasado siglo citaba a Jaime Balmes, al cardenal González y al padre Urráburu.

Sin embargo, estas figuras tienen cada cual una fisonomía muy diferente en el ámbito de la filosofía española, si bien la repulsa o el silencio que les tributan los enemigos del catolicismo es buena muestra de la afinidad que les liga. En Balmes hay manifiesto influjo del cartesianismo y también huellas de la doctrina del sentido común. González, en cambio, siguió los pasos del tomismo puro, por una senda más dificultosa y menos hollada en sus días que en los nuestros. Sus Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás, traducidos al alemán por Nolte, aparecieron en 1864, quince años antes de la encíclica Aeterni Patris. Urráburu, por su parte, suele seguir las huellas de Lossada y de Suárez.

Ya en nuestro siglo, en medio de otras figuras de españoles que no cito, hay una que no pudo ser todavía mencionada por D. Juan Manuel Ortí y Lara, y cuyo sol clarísimo ha ejercido un influjo excepcional sobre los pensadores católicos de otros países. Me refiero a Norberto del Prado. Profesor un día en la Universidad suiza de Friburgo, Del Prado fue un maestro que volcó una doctrina tomista pura y rigurosa en dos obras insignes: De gratia et libero arbitrio, monumento de ciencia teológica, publicado en tres gruesos volúmenes el año de 1907, y De veritate fundamentali philosophiae christianae, publicada en dilatado tomo el año 1911.

En ambas obras, Norberto del Prado tuvo como uno de sus grandes méritos la elevación y excelsitud con que supo traer al primer plano de la discusión doctrinal ciertos temas, que volvieron a retoñar pujantes con el calor de una vida nueva en el terreno de la especulación filosófica y teológica. Inspirados en distintos aspectos de la obra del célebre tomista español sobre la verdad fundamental de la filosofía, o al menos en estrecha vinculación con ella, surgieron en Europa durante los treinta últimos años multitud de libros, entre los que basta destacar por su importancia la obra de Garrigou-Lagrange sobre La filosofía del ser, el espléndido libro de Penido sobre El papel de la Analogía en la Teología dogmática y la gran obra en alemán, de Manser, sobre La esencia del tomismo.

Otra inteligencia de español se viene aplicando en nuestro tiempo con singular grandeza a continuar la restauración de la verdadera sabiduría entre los hombres: Santiago Ramírez, dominico también, como el cardenal González y Norberto del Prado, y profesor en Friburgo, como lo fue el último de aquellos dos maestros.
La filosofía llega con Ramírez a desarrollos y análisis extraordinariamente sistemáticos y precisos. Esto es, ciertamente, el sello general que lleva grabado la escolástica. Pero en Ramírez adquiere plenitud de perfección en su género, fruto de la amplitud de su mirada, y de la riqueza de los materiales que maneja, de las comparaciones que entre ellos establece, de la fuerza con que vincula entre sí las partes comparadas, de la seguridad y la abundancia de los textos con que las confirma.

El alcance de las enseñanzas de este autor es muy superior a la que ya puede advertir una mirada superficial. Esto se pudo ver cuando en 1922 Ramírez publicó en La Ciencia Tomista sus artículos sobre la analogía del ente. Los hombres dotados de preparación filosófica rastrearon en el escrito de Ramírez la clave sin la cual no podían abrirse las puertas de la metafísica. Por otra parte, su escrito De philosophia, in universum mostró hasta qué punto puede la metafísica tomista coronarse con un esfuerzo supremo de reflexión para abarcar todo el terreno del saber puramente humano y lograr desde allí, mediante una aplicación sistemática de los cuatro géneros de causas, una definición y una división de la filosofía que impresiona por lo completa y unitaria.

Tales méritos no podían pasar desapercibidos ante el nuevo Estado español. El Instituto de Teología «Francisco Suárez», del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, ha iniciado la publicación de los comentarios del padre Ramírez a la segunda parte de la Suma Teológica, de Santo Tomás, de los que acaba de aparecer el primer tomo del tratado De hominis beatitudine. En esta obra, Ramírez expone el texto de Santo Tomás directamente, según las exigencias del texto mismo. El autor se coloca en una posición nueva. No es la de los comentaristas clásicos, que sobresalieron en la especulación, pero que tocaban el texto de Santo Tomás, donde les llevaba la celebridad de las controversias; ni tampoco la de aquellos escritores modernos que al ocuparse de la segunda parte de la Suma sienten despego por la especulación y exposiciones de los antiguos, contentándose con la mera exposición superficial de las doctrinas o sus derivaciones prácticas. Ramírez evita ambos escollos, exponiendo el texto directamente y por él mismo, sin fiebre de controversia y sin mostrar despego ni hacia la especulación más alta ni hacia los documentos positivos de la historia.

Por otra parte el Instituto de Filosofía «Luis Vives» prepara la edición magna de la obra de Ramírez sobre la analogía, que sacará a luz lo escrito nuevamente por el autor sobre esta materia y dará testimonio ante los entendidos de un maestro con el que nuestra filosofía lleva andado el camino de superar sus mejores tiempos.


El Español. Semanario de la política y del espíritu.
Madrid, 24 de abril de 1943. 
año II, nº 26
página 16
www.filosofia.org

domingo, 25 de marzo de 2012

El buen combate de Mons. Lefebvre

Recordamos hoy día 25 de marzo la muerte de Monseñor Lefevbre, hace 21 años, con dos citas suyas con plena vigencia. Mons. Lefebvre, requiescat in pace.


"Tratamos con personas que no tienen ninguna noción de la verdad, ni la menor idea de lo que puede ser una verdad inmutable. Es gracioso comprobar que esos mismos liberales relativistas que fueron los verdaderos autores del Vaticano II, ahora llegan a dogmatizar ese Concilio que sin embargo habían declarado pastoral, y quieren imponernos las novedades conciliares como doctrinas definitivas e intocables. Y se enfadan cuando les digo: “Ah, ¡vosotros decís que el Papa ya no escribiría hoy Quas Primas! ¡Vaya! yo os digo: tampoco se escribiría ya hoy vuestro Concilio; ya está superado. Vosotros os aferráis a él porque es vuestra obra; pero yo me atengo a la Tradición porque es obra del Espíritu Santo.” "


"Queda claro que lo que se nos pide sin cesar: entera sumisión al Papa, entera sumisión al Concilio, aceptación de toda la reforma litúrgica, va en un sentido contrario a la tradición, en la medida en que el Papa, el Concilio y las reformas nos alejan de la tradición, como los hechos lo prueban más y más a través de los años. Pedirnos eso, es pedirnos colaborar con la desaparición de la fe. ¡Imposible! Los mártires han muerto por defender la fe. ¡Tenemos los ejemplos de cristianos prisioneros, torturados, enviados a campos de concentración por su fe! Un grano de incienso ofrecido a la divinidad, y ya está, habrían salvado sus vidas. Me han aconsejado a veces: “¡Firmad, firmad que aceptáis todo y luego continuad como antes!” ¡No! ¡No se juega con la fe!"


Mons. Marcel Lefebvre, Le Destronaron. Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar, (Obras completas. Tomo 1) Voz en el Desierto, México D.F., 2002.

lunes, 19 de marzo de 2012

Jovellanos y el tradicionalismo político contra el liberalismo de las Cortes de Cádiz

Leíamos recientemente el interesante artículo de Firmus et Rusticus, blog correligionario y de gran interés, donde se hace alusión a la expresión popular quizá algo ingenua, pero con su dosis de ironía y buen sentido, de "vivan las cadenas", con la que el pueblo español recibía a Fernando VII de su exilio después de la Guerra de Independencia. El significado, que refleja de forma magnífica el humor español, estaba claro: si era "Libertad" lo que traían los brutales invasores franceses, mejor quedarse con las antiguas cadenas. Esta misma idea recogía tiempo después el pensador tradicionalista Aparisi y Guijarro cuando afirmaba que "el despotismo de ayer aún era más libre que la libertad de hoy".

Este grito de la entraña del pueblo es un punto de partida muy interesante para considerar el lugar que ocupó Jovellanos en los acontecimientos de su tiempo, y con ello, dar cierta idea de la toma de conciencia del tradicionalismo político español que iba a materializarse más claramente con la disputa dinástica y el surgimiento del carlismo. Miguel Ayuso ha dicho al respecto, que "la tradición española, durmiente durante el siglo XVIII, halló en tal disputa la ocasión propicia para, ante la agresión de la revolución liberal, desperezarse y movilizar a todo un pueblo, con sus monarcas, sus pastores y sus sabios" (1). En ese mismo artículo se resalta una idea que aquí encaja a la perfección, y es que el tradicionalismo, a medida que fue perdiendo pujanza vital, fue afinando su doctrina hasta unas cotas admirables de perfección, particularmente hacia la segunda mitad del s. XX, con pensadores como Elías de Tejada, Canals Vidal, Rafael Gambra o Álvaro D'Ors.

Aquí nos encontramos en un momento de vivencia social impregnada de la tradición hispánica católica, pero en plena decadencia doctrinal después de ese "durmiente" s. XVIII. Por eso, pese a la ironía, no deja de tener algo de ingenuo esa frase simbólica de "vivan la cadenas", pues el pueblo se encontraba ante la impiedad revolucionaria de un lado y la una Monarquía con sus derivas absolutistas accidentales de otro, pese a lo cual era todavía muy preferible, y por ello fue aclamada popularmente. Aunque aún no han llegado los monarcas usurpadores liberales, la monarquía hispánica adolece ya de contaminación de las ideas absolutistas e ilustradas. Juan Mª Roma afirma de manera tajante: "Los que gobernaban durante los reyes absolutistas eran, como hemos visto, los liberales, masones y volterianos. De manera que el absolutismo español era monárquico, pero era a la vez liberal, masón, afrancesado y volteriano". Este proceso de contaminación se había manifestado en abusos y políticas concretas en detrimento de los fueros tradicionales, particularmente a partir de la supresión de los fueros aragoneses realizada el 29 de junio de 1707 por Felipe V. Como afirma José Antonio Ullate, "la destrucción de los fueros de Aragón supone el auténtico comienzo de la España moderna" (2).

Así pues, se entiende que desde la monarquía tradicional española era necesario corregir las desviaciones que por perniciosa influencia del absolutismo y despotismo europeo se habían introducido en ella como elementos extraños. En este sentido, no es raro que el verdadero tradicionalista se presentase como cierto tipo de reformador, y esta posición es la que propiamente corresponde a Jovellanos, falsamente llamado liberal por ello. Puede decirse además, que no eran verdaderos enemigos del absolutismo los liberales, sino sus auténticos descendientes, pues ambos tenían a la base de su pensamiento la idea de "soberanía", condenada por Jovellanos, y que siendo un principio fundamental del liberalismo, tiene su origen en Juan Bodino, principal teórico del absolutismo. La soberanía es según Bodino "el poder absoluto y perpetuo de una república", y esto mismo es lo que el liberalismo reclama cuando ensalza la soberanía nacional; es en definitiva el poder político y temporal como fundamento de todo derecho y toda verdad, independientemente de la ley natural y las verdades de la fe, a las que no se reconoce calidad de tales sino en cuanto lo decida el Estado. Nada cambia que esa pura voluntad tiránica la ejerza uno sólo, el monarca absoluto, o muchos, como sería en la soberanía popular liberal, pues ninguna decisión arbitraria hace algo justo y verdadero, la realice uno o muchos. Por eso ha afirmado el pensador tomista, político y dominico Fr. José Domingo Gafo: "tan ridícula y absurda es la consabida fórmula del liberalismo clásico: "la ley es la expresión de la voluntad nacional", como decir que es "la expresión de la voluntad de un soberano"; la ley es la expresión de la razón y de la justicia y nada más" (3).

Con motivo de su participación en las Cortes de Cádiz, y enfrentado a las ideas liberales que allí se expresaban, la figura de Jovellanos es presentada de esta manera por el tradicionalista Manuel de Bofarull y Romañá en su obra Las Antiguas Cortes: El Moderno Parlamento: El Régimen Representativo orgánico (1912): "Entre los raros hombres que en la Junta Central de Sevilla y en la Asamblea de Cádiz pensaron serena y desapasionadamente y vieron clara la realidad y el proceso histórico de nuestra España, sobresalen un astur y dos catalanes. Jovellanos, en su Memoria en defensa de aquélla, se muestra enemigo acérrimo de la "manía democrática", de la "herejía política", como él llamó al dogma de la soberanía nacional y de todas esas Constituciones quiméricas, abstractas y a priori que rápidamente s hacen y efímeramente viven".

No es de extrañar entonces que Jovellanos haya sido considerado como uno de los principales antecedentes del tradicionalismo carlista, y como tradicionalista lo califica Juan María Roma en su folleto sobre Las Cortes de Cádiz (1910), igualmente enfrentado al absolutismo y al liberalismo: "El que propone romper a este régimen opresor no es un liberal. El que quiere entrar en un régimen democrático y lo propone a la Central y lo realiza, es Jovellanos, un tradicionalista asturiano ilustre, uno de los hombres más notables de España, enemigo acérrimo del liberalismo, del afrancesamiento, del volterianismo y de la masonería". Igual lo consideraba el diario tradicionalista El Norte, que el 24 de septiembre de 1911, ante el centenario que se aproximaba, afirmaba: "Por todos estos motivos no es de extrañar que Jovellanos, como otros muchos, hayan sido calificados de liberales, por más que, a nuestro entender, sólo les puede convenir tal calificativo de un modo impropio o incompleto, toda vez que estos hombres extraordinarios, siempre y en todo tiempo se mostraron sumisos al principio de autoridad, no sólo religiosa, sino civil y hasta científica". No obstante, uno de los grandes divulgadores de la obra de Jovellanos, fue el gran político y orador carlista Cándido Nocedal, que escribió una biografía sobre él, fruto de un profundo estudio de su vida y obra.

Está claro que
Jovellanos ha sido siempre reclamado por el tradicionalismo con justicia, y casi exclusivamente se le ha creído liberal por una falsa concepción simplista de la historia, en la que se reduce todo a enfrentar a los reformadores liberales y a los reaccionarios absolutistas, cuando los hechos históricos no pueden de ninguna manera reducirse a tal consideración, y aún los mismos principios doctrinales tampoco, como hemos mencionado a propósito de la relación entre absolutismo y liberalismo en base a su común concepto de soberanía.

Juan Vázquez de Mella lo reconoció también como tradicionalista, y evocando las Cortes de Cádiz dice: "...cuando en los proyectos de las Cortes de 1812 representaba nuestros principios Jovellanos en los apéndices a la Memoria de la Junta Central..." (4). Sobre la consideración de Vázquez de Mella en relación a Jovellanos, dijo Manuel de Vereterra: "Vázquez de Mella fue uno de los pensadores que más temprana y profundamente entendió a Jovellanos; el tantas veces citado don Gaspar Melchor de Jovellanos, citado casi siempre por quienes no lo han leído. Pues bien: Mella señalaba agudamente cómo Jovellanos sufre alguna desviación en materia económica, y sólo en este sentido cabe referirse a él como algo liberal. En materia política, sin embargo, Jovellanos es ortodoxo, es tradicionalista. Tal vez el primer tradicionalista político moderno con conciencia de serlo. Jovellanos habla de constitución en el sentido de constitución histórica, no escrita ni improvisada, sino formada por el conjunto de leyes, fueros, costumbres e instituciones que la Monarquía española y sus pueblos, sus distintos reinos, principados y señoríos, se han ido dando a sí mismos en el transcurso de los siglos y de las generaciones." (5)

En definitiva, Jovellanos fue un verdadero precursor del tradicionalismo carlista, pese a sus ligeras desviaciones, pues vivió un momento histórico en el que la encarnación de los principios tradicionales, que era la Monarquía hispánica, vivía un período de decadencia en su doctrina esencial, cada vez más olvidada. Su esfuerzo, como el de tantos otros, como el P. Alvarado, o Capmany o el Barón de Eroles, presentes también en las Cortes de Cádiz, fue el de sacar a la luz de manera reflexiva los verdaderos principios de la Monarquía tradicional, para así darle una nueva vitalidad sin caer en el liberalismo, que acechaba para darle su última estocada y destruirla completamente.



-------------------------------------------------------------------------------------------------

(1) Ayuso, M.: El carlismo, entre la vivencia y la teorización, en A los 175 años del Carlismo. Una revisión de la tradición política hispánica, VVAA, Itinerarios, Madrid, 2011, p. 21.

(2) Ullate Fabo, J. A.: Españoles que no pudieron serlo. La verdadera historia de la independencia de América, Libros Libres, Madrid, 2009, p. 75.

(3) Domingo Gafo, J.: Las Cortes y la Constitución de Cádiz, Ciencia Tomista, Tomo V, p. 232.

(4) Obras completas, tomo XI, pág. 81, citado en el Estudio Preliminar de Rafael Gambra a El Verbo de la Tradición. Textos escogidos de Juan Vázquez de Mella, p. 36.

(5) Manuel de Vereterra Fernández de Córdoba, "Asturianismo, ¿Tradición o Estatuto?", Club Prensa Asturiana, 24 de febrero de 2006.

miércoles, 7 de marzo de 2012

La santidad de Tomás de Aquino


Un año más, celebramos la festividad de Santo Tomás de Aquino en este blog, hoy día 7 de marzo de 2012. Si hace poco traíamos una cita sobre su personalidad científica en la que siempre se armonizan fe y razón sin menoscabo de ninguna de las dos, hoy interesa mostrar al santo, al hombre que tras escribir miles de páginas de sabiduría altísima, afirmaba que era todo paja comparado con la caridad y el amor de Dios, la oración y lo inconmensurable del Santísimo Sacramento del Altar.

No era Santo Tomás un "intelectual", sino un hombre completo, fundamentalmente un santo, por eso afirmaba que rezar, que es hablar con Dios, es mejor que hablar de Dios, porque mientras que por nuestro conocimiento, en cierto modo rebajamos a Dios para encajarlo en nuestro entendimiento limitado, por la caridad nos elevamos a Él: "En esta vida es mejor conocer que amar las cosas inferiores a nosotros, pero es mejor amar las cosas que son superiores. Respecto de Dios es mejor amarlo que conocerlo, porque el conocimiento hace que las cosas vengan a nosotros y se adapten a nuestra manera de ser; pero el amor, que es la caridad, nos hace salir de nosotros y nos lanza hacia el objeto amado. El que ama se asemeja a la cosa amada; el que conoce adapta la cosa conocida a su propio modo de ser. De suerte que, cuando se trata de cosas inferiores, las elevamos cuando las conocemos, porque les damos nuestro propio modo de ser; pero cuando las amamos nos envilecemos. En cambio, cuando conocemos las cosas superiores, las empequeñecemos cuando se adaptan a nuestra inteligencia; pero, cuando las amamos, nos elevamos hacia ellas. Por eso, en esta vida, es mejor amar a Dios que conocerlo, y por ello es más lo que amamos a Dios por la caridad que lo que lo conocemos por la fe." (ST, I, q. 82, a. 3.)

Por este motivo, aunque no es la idea común que se tiene de él, toda su vida y su obra culminan en la mística, el tipo más elevado de sabiduría, habiendo sido sin embargo altísima su sabiduría racional filosófica y teológica. No está de más repasar en esta festividad esa experiencia del santo al final de su vida, de la mano de Santiago Ramírez (Introducción general a la Suma Teológica. Síntesis biográfica de Santo Tomás):

"...continuó la composición de la Suma Teológica, escribiendo la tercera parte, que trata de la Encarnación, de la Redención y de los Sacramentos. Por Cuaresma de 1273 escribía sobre los misterios de la vida, pasión y muerte del Salvador. Estaba absorto en la contemplación de tan altos misterios. Precisamente el 26 de marzo, domínica de Pasión, se ocupaba en escribir sobre las penas y dolores de Jesucristo en el proceso de su sagrada Pasión; y durante la celebración de su misa, a la que asistían muchos señores y caballeros, sufrió un éxtasis acompañado de tantas lágrimas, que parecía se reproducían en él las penas del mismo Cristo; y tan prolongado, que hubieron de sacudirlo fuertemente para que volviese en sí y continuase el santo sacrificio. Terminado éste y vuelto a la sacristía, se le acercaron algunos de los seglares y religiosos que habían asistido, deseosos de saber lo que le había pasado. Él los recibió amablemente, pero no les dijo nada de lo que había visto y experimentado.

En los meses siguientes trabajaba sin descanso, escribiendo y dictando sobre los sacramentos. Al tratar de la Eucaristía, solía bajar a la iglesia cuando no había nadie en ella, es decir, por la noche antes de maitines. Allí, en la capilla de San Nicolás, se postraba en oración y pasaba largas horas de rodillas ante el crucifijo. Lo mismo había hecho cuando escribía sobre la muerte y resurrección de Cristo. El sacristán, fray Domingo de Caserta, lo sorprendió una vez elevado dos codos sobre el suelo, y oyó la voz del crucifijo, que le decía: "Tomás, está muy bien lo que has escrito de mí; ¿qué galardón quieres por tu trabajo?" Y él respondió: "Señor, no quiero más que a ti solo" (Tocco, Vita... c.34: Fontes, p. 108)

A primeros de noviembre comienza con el sacramento de la Penitencia. Dicta y escribe varias cuestiones. El 5 de diciembre ha dictado la cuestión 90, que versa sobre las partes de la Penitencia en general. Al día siguiente, fiesta de San Nicolás, celebra en su capilla con especial devoción. Ha tenido un arrobamiento muy prolongado y ha derramado muchas lágrimas. Está como fuera de sí. Oye otra misa, como de costumbre, pero no ayuda a ella. Quieto, de rodillas, no hace más que llorar.

Por fin vuelve a su celda. Poco después, fray Reginaldo y los demás amanuenses se presentan ante él, como todos los días, para continuar el trabajo. Fray Tomás les agradece sus servicios, pero les dice que por entonces no les puede dictar nada. Se van. Horas más tarde vuelve fray Reginaldo por si necesita de su ayuda. Sorpresa. La mesa de trabajo de fray Tomás está completamente transformada. No hay en ella códices, ni papel, ni plumas, ni tintero. Todo lo ha archivado en un armario. Él no pasea ni lee sentado. Está de rodillas, y sus ojos son dos fuentes de lágrimas."

Tras estos acontecimientos, informado el Prior, aconsejó a Santo Tomás que descansara, pues se temía que estuviera agotado y al borde de la enfermedad. Debía además tener energías para ir próximamente al Concilio de Lyon, para el que Gregorio X le había convocado personalmente. Continúa Santiago Ramírez:

"...volvió a insistirle fray Reginaldo una y otra vez que hiciese un pequeño esfuerzo para acabar la Suma, pues le faltaba muy poco, y la leve mejoría que había experimentado le bastaba para ello. Pero Tomás le respondía invariablemente: "No puedo". "¿Y por qué no puede?", le replicaba aquél. Hasta que una vez, cansado de no obtener respuesta a esta su réplica, le suplicó con lágrimas en los ojos: "Dígame por amor de ios por qué no puede". Al verse conjurado en nombre de Dios, le contestó: "Después de lo que Dios se dignó revelarme el día de San Nicolás, me parece paja todo cuanto he escrito en mi vida, y por eso no puedo escribir ya más. Pero, en el nombre del mismo Dios que has invocado, te ruego y mando que no digas a nadie mientras yo viva lo que acabo de manifestarte" (Bartolomé de Capua, Proceso napolitano de canonización n. 79: Fontes, p. 377)"

Así se acercaba el momento de su muerte, y en viaje para el Concilio de Lyon, pidió que lo llevaran al monasterio de Fosanova, presintiendo que se acercaba el fin de su vida, estando en el año 1274 del Señor. Nada más llegar fue a visitar el Santísimo Sacramento, y al salir recitó un framento del salmo 131: Haec requies mea in saeculum saeculi; hic habitabo, quoniam elegi eam (Éste es mi reposo para siempre; aquí habitaré porque la he elegido). Así cuenta Santiago Ramírez los últimos momentos en la vida de Santo Tomás de Aquino:

"A primeros de marzo empeoró notablemente. Hizo confesión general a su confesor habitual, fray Reginaldo, y pidió que le administrasen el Santo Viático.

...No obstante su extrema debilidad, el enfermo, haciendo un supremo esfuerzo, se levantó de su lecho y postrado en tierra estuvo largo rato en adoración del Santísimo Sacramento, mientras recitaba el Confiteor Deo. Luego se puso de rodillas e hizo una magnífica y conmovedora profesión de fe, sometiendo todo cuanto había enseñado y escrito a la corrección de la Santa Madre Iglesia Romana.
Al día siguiente pidió la Extremaunción, que recibió con máxima devoción, respondiendo a todas y cada una de sus fórmulas y oraciones. Era el atardecer del martes día 6. Y al amanecer del día 7, miércoles, sin agonía y con plena lucidez, juntas las manos en actitud orante, exhaló el último suspiro, entregando dulcemente su alma en manos de su Dios y Creador. Tenía cuarenta y nueve años cumplidos y acababa de comenzar el quincuagésimo.

Su cadaver exhalaba un intenso y agradable perfume. Al trasladarlo a la iglesia abacial para darle sepultura junto al altar mayor, lo llevaron hasta la puerta del monasterio, con objeto de que pudiera verlo su sobrina Francisca, que lloraba desconsolada.

...En meses y años sucesivos (septiembre de 1274, 1281, 1288) hicieron los monjes varias traslaciones de su cuerpo por temor de que lo robasen, y siempre lo encontraron incorrupto y exhalando un olor suavísimo, a pesar de haberlo tenido enterrado en lugar sumamente húmedo...

...Grande y universal fue el sentimiento por su muerte. San Alberto Magno, que por divina revelación la conoció en el mismo instante de acaecer, prorrumpió en lágrimas y sollozos, diciendo: "Ha muerto mi hijo fray Tomas, flor del mundo y luz de la Iglesia".

...Dolor incoercible, que expresa vivamente esta anotación final de un códice de Oxford del siglo XIII, de la Suma Teológica: Hic moritur Thomas. O mors, quam sis maledicta. Aquí muere Tomás. ¡Oh muerte, maldita seas!"

Como todos los grandes santos, Santo Tomás no sólo vivió ejemplarmente, sino que murió también santamente, y todo cuanto rodea este acontecimiento, más allá de su gigantesca inteligencia, nos habla de su santidad y su gran virtud y amor de Dios. Este genio y luz de la Iglesia que murió, como él mismo anunció a fray Reginaldo, como un "simple fraile".


sábado, 3 de marzo de 2012

Fe y mentalidad científica en santo Tomás de Aquino


"No se debe afirmar nada que repugne a la fe. Pero tampoco se debe presentar, sin más ni más, todo lo que se considera verdadero y exacto como verdad de fe, si no es un dogma. Porque la verdad de nuestra fe se convierte en irrisión de los incrédulos si un católico desprovisto de los necesarios conocimientos científicos presenta como un dogma algo que en realidad no lo es y que acaso a la luz de un riguroso examen científico se manifieste como error" (Pot. 4, 1.)

viernes, 3 de febrero de 2012

Las consecuencias de la lujuría, por Melchor Cano

TRATADO DE LA VICTORIA DE SÍ MISMO, de Fr. Melchor Cano, O.P.
Del vicio de la lujuria


"...Pues veamos ahora cuántos son los males que deste solo mal proceden. Primeramente hace a los hombres, hombres de noche, que como lechuzas u otros animales nocturnos, no pueden alzar los ojos a ningún resplandor ni hermosura celestial. Item, hácese el hombre inconsiderado, que ni teme daño ni vergüenza, ni tiene respeto al bien que pierde ni al mal en que incurre; porque el vicio a que está atado le trae en torno cubierta la vista como a bestia de noria, o como a Sansón los filisteos, sacados los ojos en la tahona. Finalmente, de tal suerte se ciega la razón, que todo el afecto que se había de emplear en Dios, se revuelve al mundo, y todo el cuidado que se había de poner en el alma, se transpasa al cuerpo; ni se sabe ya imaginar otro paraíso, salvo revolcarse en el cieno del lujurioso deleite, é ya que alguna vez levanta el corazón a Dios, es para le demandar o gracias mundanas o bienes temporales; que otros ni los desea ni los estima, y aún a las veces este abominable vicio trae al hombre a un fastidio de Dios y de las cosas divinas, y sólo aquello le cae en gracia, que no desdice a sus torpes deseos. La lección de santos libros le aborrece, las buenas prácticas le enfadan, la oración le da en el rostro, de la santidad propia desespera, la ajena le amohina, los humanos consejos le importunan, las divinas inspiraciones le remuerden. En fin, toda buena consideración le es molesta; porque el miserable deleite le tiene tan captiva el alma, que le hace tener odio a todo lo que pone embargo en los placeres de la carne; y así le pesa que haya leyes en contrario, que haya infierno, que se le acuerden sus pecados, que haya inmortalidad del alma y eternidad de siglo advenidero, con breve término y conclusión de toda su felicidad presente. Donde viene que la fe no les es más que una hiel en la miel de sus carnalidades, y cuando le representa, o la eterna bienaventuranza de los buenos, o la perpétua mala ventura de los malos malditos, cae en una mortal accidia, y comienza a vacilar en la firmeza de la fe con una confusión de varios pensamientos, que es la Babilonia, la cual edificó el amor propio, cresciendo de día en día, hasta venir al desprecio de Dios y de sus divinos preceptos. Tal es la cola desta mostruosa serpiente, que luego tan halagüeño y blando rostro nos muestra. Tal es el remate del vicio de la lujuria, que su poco a poco vino a asolar la fábrica de la virtud hasta los fundamentos della."