viernes, 25 de febrero de 2011

"Semblanza espiritual" de Santiago Ramírez, O.P.

Mi primer contacto con el P. Ramírez fue en la clase. Escuché sus lecciones sobre la fe, la caridad, la prudencia.
Su clase era distinta. A primera hora de la mañana, nuestra mente fresca entraba con gozo en lo profundo y luminoso de sus
ideas. Ponía todo su fervor y su fuego en la cátedra como el predicador más enardecido lo podía hacer en el púlpito.
Con los alumnos amable y exigente. Sabía escuchar. Y sabía distinguir lo que era "disculpa de estudiante" y lo que era razonable y justo. Comprensivo con el de voluntad recta, intransigente con el haragán.
Una clase nos impresionó: "La prudencia gubernativa requiere dos virtudes complementarias: la magnanimidad y la magnificencia.
El magnánimo es un espíritu amplio, generoso. Mira de cara los problemas. Acomete su resolución, a pecho descubierto, y con energia indomable, mirando siempre al bien común.
No se deja arrastrar por el aplauso, ni por las intrigas.
Conduce la nave a su puerto con pu
lso firme, siempre sereno y dueño de sí mismo.
No es interesado, sino dadivoso,
no vengativo, clemente,
no envidioso, caritativo,
no hablador, mas bien taciturno y siempre afable;
no precipitado, calmoso y ordenador.
Y sobre todo -notadlo- es humilde. No se oponen magnanimidad y humildad. Antes, la humildad es la base.
El magnánimo ha de empezar por ser humilde. Lo primero vaciarse de sí mismo en todas las direcciones del ser. Sin dejar nada movedizo e inestable. "Magnus esse vis, a minimo incipe". S. Agustín.
A más humildad, más magnanimidad.
El magnánimo aspira a una humildad gigantesca. No se contenta con una humildad cualquiera.
La fortaleza -heroica- del magnánimo le viene de Dios.
Dios da su gracia a los humildes. A más humildad, más gracia de Dios. A más gracia de Dios, más energías sobrenaturales. A más energías mayor magnanimidad. Todo lo puedo en Aquel que me conforta".

Terminada la clase el comentario brotó espontáneo y unánime: Se ha retratado a sí mismo.

No podíamos calar entonces hasta qué punto la vida de este hombre era fruto natural de la humildad y la confianza en Dios.

Entonces sólo veíamos los efectos: Entregado a su trabajo en la celda día y noche. Impasible a los halagos y a los vaivenes de cada día. Apasionado en la búsqueda de la verdad. Exacto en la expresión. Sin permitirse jamás en la clase hablar de temas ajenos. Parecía vivir aparte. Y sin embargo siempre estaba dispuesto a escuchar, a dar la orientación y el consejo oportuno en orden intelectual y espiritual. Nunca olv
idé esta reflexión suya en una conversación particular. La profesión solemne es una entrega de toda la persona. Por tanto, también de la inteligencia. Estamos obligados a estudiar con todas nuestras fuerzas. Y a estudiar precisamente lo mandado por la obediencia, que expresa la voluntad de Dios.
Sin distraer nada para otras cosas, que no sean el servicio de Dios.

Ha sido en la última etapa de su vida, cuando Dios nos concedió conocer la riqueza de su vida interior. Antes, nunca hablaba de sí mismo. Ahora, esperando la muerte durante tres meses, movido por la gratitud hacia quienes le atendían, y sobre todo, impulsado por la gracia de Dios, dejó traslucir algo de la grandeza de su alma.

HOMBRE DE HUMILDAD PROFUNDA

A pesar de su talla intelectual se mantuvo siempre humilde. Evitaba con escrupulosidad todo lo que pudiera ser molesto a otros. Jamás se quejaba de nada ni de nadie. Siempre sencillo y servicial. Sumamente agradecido, aún al menor servicio.

La compañía de mis hermanos es un
o de los más grandes consuelos humanos. Toda la Comunidad me mima con inmerecida atención. Del superior al último hermano, y de modo especial el médico, Dr. Villalobos, todos, todos rebosan de caridad hacia mí. Nadie en el mundo está mejor atendido que yo.

Y cuando ya no podía valerse por sí mismo, y unos religiosos le atendían en todos los servicios, decía: Dios nos doma. Algunas veces uno cree que vale algo y Dios le humilla. Le pone en condiciones de conocer que todo es gracia y don suyo.


HOMBRE DE FE

Sólo viviendo en la fe se puede alcanzar la plenitud de la vida. Pobres los que no tienen fe. ¡Pobres! Hay que rezar por ellos. Y compadecerlos. Les falta la alegría. La fe es un anticipo del cielo.
Frente a las dudas. Frente a las crisis espirituales hay una palabra que trae la luz y la paz: Creo, creo, creo. Y lo repetía con una fuerza y una convicción que impresionaba.

Fe en las virtudes de la vida religiosa.

¡Qué vida más penosa la de aquellos que no encuentran a Dios en su camino! En la vida religiosa nos sentimos en las manos de Dios. Conserven siempre la presencia de Dios. Y para ello, silencio. Guarden el silencio en las horas y lugares establecidos. Sean exigentes con ustedes mismos. Hay tiempo de recreación, de descanso. Queda uno compensado.

Fe en la oración.

He aprendido más rezando que estudiando. Las dos cosas... pero más rezando que sudando.
Piedad sólida centrada en la Santa Misa y en el Breviario. A veces, arrastrándose materialmente, acudía a primera hora de la mañana al Oratorio de la enfermería para celebrar. Aceptó, no sin sacrificio, celebrar en su celda. Al sentirse mejor volvió otra vez a la capilla. Y sufrió mucho los primeros días en que ya le era imposible decir la Santa Misa. Entonces con devoción y lágrimas escuchaba la Misa radiada.
En los últimos meses ayudado de una lupa rezaba el Breviario. Al insistirle que no lo rezase, lloraba y suplicaba se le dejase rezar aunque fuera con esfuerzo, ¡le hacía tanto bien! Y se emocionaba evocando los comentarios de los SS. Padres al Evangelio y las vidas heroicas de los santos. Se encomendaba al santo de cada día y notó que le iba bien.
Devotísimo de S. Pío X: ¡Nunca vi un hombre como aquel!, de S. Juan Bosco, de S. Antonio M. Claret, del Cura de Ars, Beato Valentín Berrio-Ochoa, San Martín de Porres.
Antes del estudio -cada vez que se ponía a estudiar- invocaba a S. Agustín y a Santo Tomás. Y a diario tenía su memento para el P. Arintero y el P. Colunga.

Muchas veces estando con él rezábamos el Rosario. Permanecía -durante la última enfermedad- largos ratos con los ojos cerrados. Luego le preguntábamos si había dormido. Respondía con sencillez: No, he rezado el rosario. Es lo que puedo hacer: rezar y sufrir. Después de una noche de insomnio: No he dormido. Pero también así me encuentro bien. Una noche en vela no es nada. Lo que verdaderamente es terrible son los afanes del corazón. Antes estos tengo miedo, porque me dejan la impresión de estar aniquilado. Lo acepto todo, y si Dios quiere más, más. Tengo necesidad de reparar mis culpas. Y más sufren otros. Y más sufrió Jesucristo. Ahora comprendo mejor que nunca, que debemos sufrir en nuestra carne aquello que falta a la Pasión de Cristo. Dios me ayude.

Amaba tiernamente a Santo Domingo. Nuestro Padre, los santos de la Orden son ejemplares para nosotros. Tenemos que hacer vida en nosotros sus grandes virtudes: humildad, obediencia, pobreza, observancias religiosas. Cuando se ejercitan estas virtudes con amor una comunidad marcha.

Durante toda la vida encontraba su gozo en la vida conventual. Cuando estaba en el extranjero, venía a este convento todos los años a pasar por lo menos una semana. Qué fortuna transcurrir la vida en un convento entre las observancias, la Misa..., las completas. Vivía con emoción los oficios solemnes. A veces se le veía llorar. Comentaba: Ahora la Liturgia se encuentra en un grado de perfección muy alto. Cantan bien. Preparan bien las ceremonias. Da gusto. Liturgia de Adviento, de Cuaresma, ¡con ese deje de penitencia y añoranza de la vida eterna...!

Fe en los Superiores.

Siempre sinceramente respetuoso con el Superior. Si se le consultaba respondía con sencillez, aclarando, aconsejando, dando luz, jamas imponiendo. Mantener firme el criterio recto pero con caridad: firmiter in re, suaviter in modo. Comprensión inmensa para las debilidades. Sabía esperar y confiar en que la reflexión y el buen criterio renaciesen.
Si el Superior ordenaba algo, era el primero en obedecer, sin jamás quejarse o murmurar. Aunque su criterio fuese otro. No murmuren de los Superiores. Nos tienen que soportar a todos. Y tienen motivos que no conocemos para obrar. Y tienen la gracia de Dios. Dice S. Agustín: Tener al Superior más amor que temor.
No murmuren de nadie. Hacer la misericordia de rogar por los que lo necesiten. No olvidar que cada uno de nosotros necesitamos de esa compasión de los demás.

Fe en el ministerio de la clase.

Sus alumnos pueden dar testimonio de su dedicación total y entusiasta y sacrificada a la clase. Este es su pensamiento: La clase es una cátedra sagrada, como lo es el púlpito. El profesor, que no se imponga por el cargo, sino por su competencia, por su bondad. La cátedra es un apostolado. A la clase no lleven chismes ni cosas del mundo. Sólo el tema de la clase. Y prepararlas bien en el fondo y en la forma. Hay que renovarse continuamente. Que sean dignas, interesantes. Y sean exigentes intelectualmente. Y ejemplares en su vida.
Lo alumnos reflexionen: que están en tiempo de formarse. No lo saben todo. Respeten al profesor, que está sacrificando su vida por ellos. Sean respetuosos, agradecidos, dóciles. Virtud fundamental: la docilidad, no borreguil, sí consciente y operativa. Impetu dirigido, que no vaya cada cual según su antojo. Discretos y modestos..., sin pedantismo. Con la oración y el esfuerzo todo se consigue.

Fe en la Iglesia.

Amaba a la Iglesia. Por eso sufrió por la Iglesia. Pero nunca fue derrotista: Esta crisis pasará, como otras muchas, que han sucedido a través de la Historia. Después la Iglesia saldrá más purificada, más rejuvenecida y más vigorosa. Es necesario trabajar todos juntos. Todos unidos al Papa. ¡Qué Papas más santos hemos tenido los últimos tiempos! La única cosa que importa es darse, con confianza en Dios que siempre triunfa.

Fe en la Orden.

No fue el P. Ramírez hombre que vino a vivir de la Orden sino para la Orden. Lo entregó todo en una generosidad y fidelidad sin tacha. Y tenía fe en la vocación sobrenatural de la Orden. La crisis actual afectará a todo. Pero hay motivos muy grandes para confiar. La Orden tiene una doctrina y una tradición muy sólidas. Y entre nosotros hay caridad. Lo estoy palpando a diario. Estos jóvenes que me atienden son impetuosos, como todos los jóvenes, ...les puede faltar la prudencia, pero tienen un criterio muy sano y mucha caridad. Hay que ser comprensivo con ellos y a la vez cultivar más y más el espíritu sobrenatural. Exigencia en la formación. Prepararlos a fondo en sentido cristiano y dominicano para trabajar indefectiblemente, incansablemente, donde lo disponga la obediencia, y lo exija el bien de las almas. Ser santamente optimista. Esta juventud tiene materia para responder plenamente a su vocación.


CONFIANZA EN LA MISERICORDIA DE DIOS

Su última lección fue de esperanza. Varias veces en nuestras conversaciones había surgido el tema. Siempre tenía la palabra oportuna, la frase exacta que aclaraba un problema, y siempre, la emoción que certificaba su gozo. Su libro De la Esperanza no es sólo ciencia, es un exponente de su vida.
"La esperanza dilata el corazón. QUASI TRISTES, SEMPER AUTEM GAUDENTES".
Dice S. Agustín "quasi..." como en un sueño.
La realidad es otra... gaudentes.
Un poco de tristeza es necesario tener en este destierro. Es propio del desterrado tener añoranza de la patria. Pero es una añoranza que no agobia. Te
nemos la certeza de llegar. Se debe a que "se dilata" el tiempo de abrazar al Señor.
Gaudentes: Alegres, en la realidad, porque la esperanza da certeza absoluta, apoyada en la ayuda de Dios, que no falla. Da inclinación, como una flecha que marcha al cielo... Sin arredrarse ante ningún peligro, ni retroceder ante ningún obstáculo.
Es virtud de viadores. Es la vida de la vida presente.
Es propia de los jóvenes. Y todos tenemos que ser jóvenes en el Señor. Vigorosos, llenos de vida...
¡Es triste haber ofendido a Dios! ¡Tanta bondad por un lado, tanta maldad por otro!...
Todas las virtudes teologales son grandes. La esperanza, ¡oh, la esperanza!
Y terminó, llorando de emoción:

"Yo espero salvarme.
Espero ir a la vida eterna.
Espero en la misericordia de Dios".

Luego añadió: La Virgen, ¡qué madre tenemos..., qué madre!
Y se refugió en el rezo de los misterios gloriosos del Rosario en la gozosa certeza de que muy pronto serían plenamente la vida de su vida.


Fr. Andrés Hernández, O. P.
Prior de San Esteban

(En Santiago Ramírez, O. P., In memoriam. Convento de S. Esteban. Salamanca. 1968)